Por: Teófilo Villacorta Cahuide
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A
Pedro, amigo, “El Médico de los Pobres”
Pedro,
es cierto que tu cuerpo, como materia destructible del tiempo,
descansa en la
profundidad insondable de la tierra;
Pero, es cierto también
que tu espíritu generoso
permanecerá siempre en
el corazón dolido
de ése mar de gente que
lloró tu abrupta partida.
Una trágica partida que
no debió ser así,
Pero, te fuiste de este
mundo demente
Que, a veces no tiene
nada de humano.
Pedro,
como el persistente discípulo de Cristo,
El, que pescó las almas
dolidas de la pobreza
y fue el líder abnegado
de esa masa delirante que
confió en tu grandeza
de hombre.
Madres humildes,
golpeadas por la miseria y el abandono,
Lloraron,
desgarradoramente agolpándose en ese absurdo ataúd
Donde, yacía tu cuerpo
horadado por el odio
del enemigo que como
una endemoniada sombra
apareció aquella noche
funesta cortándole la vida
al “médico de los
pobres”.
Desde ese momento, en
que tu nombre voló a la inmortalidad,
dejaste de ser el amigo
sencillo, generoso, coloquial y chispeante
para convertirte en el
mártir de un pueblo que necesitaba de
esa fuerza unificadora
que se incrementó a
costa de tu propia vida.
Es que cuando uno ama a
sus ideales está dispuesto a entregarlo todo;
y tú lo entregaste
todo, Pedro…
Pero la historia —a
veces maquillada por los intereses
de un poder perverso, te
reservará un espacio luminoso
en sus páginas donde
las generaciones venideras
aprenderán de tu
grandeza humana
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