5 abr. 2012


 Por: Teófilo Villacorta Cahuide

A Pedro, amigo, “El Médico de los Pobres”




Pedro, es cierto que tu cuerpo, como materia destructible del tiempo,
descansa en la profundidad insondable de la tierra;
Pero, es cierto también que tu espíritu generoso
permanecerá siempre en el corazón dolido
de ése mar de gente que lloró tu abrupta partida.
Una trágica partida que no debió ser así,
Pero, te fuiste de este mundo demente
Que, a veces no tiene nada de humano.

Pedro, como el persistente discípulo de Cristo,
El, que pescó las almas dolidas de la pobreza
y fue el líder abnegado de esa masa delirante que
confió en tu grandeza de hombre.
Madres humildes, golpeadas por la miseria y el abandono,
Lloraron, desgarradoramente agolpándose en ese absurdo ataúd
Donde, yacía tu cuerpo horadado por el odio
del enemigo que como una endemoniada sombra  
apareció aquella noche funesta cortándole la vida
al “médico de los pobres”.

Desde ese momento, en que tu nombre voló a la inmortalidad,
dejaste de ser el amigo sencillo, generoso, coloquial y chispeante
para convertirte en el mártir de un pueblo  que necesitaba de esa fuerza unificadora
que se incrementó a costa de tu propia vida.

Es que cuando uno ama a sus ideales está dispuesto a entregarlo todo;
y tú lo entregaste todo, Pedro…
Pero la historia —a veces maquillada por los intereses
de un poder perverso, te reservará un espacio luminoso
en sus páginas donde las generaciones venideras
aprenderán de tu grandeza humana

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